Una reflexión sobre las vidas compartidas durante nuestro paso por el taller de Alfabetización Digital de Lanzaderas Conecta Empleo de la Fundación Santa María la Real.
“En circunstancias excepcionales, hay personas excepcionales que han sacado esto adelante”. Lola Rueda.
La primera vez que nos reunimos para la presentación del taller de Alfabetización Digital, salí con cierta sensación de desubicación entre un grupo tan heterogéneo. La impresión final es que hemos conseguido hacer equipo en poco tiempo y cumplir con los objetivos marcados: ampliar nuestras propias oportunidades de empleabilidad. Y lo hemos logrado bajo unas circunstancias excepcionales, ya que ni siquiera pudimos participar en más de tres sesiones presenciales a causa de la imposición del Estado de Alarma, por lo que completamos la formación online.
En realidad, no necesité mucho tiempo para darme cuenta de que éste no era un taller de formación al uso, y en ello tiene mucho –todo-, que ver Lola Rueda, nuestra “increíble e inspiradora Lola”, capaz de transformar en ilusión, entusiasmo y confianza todo aquello que nos paraliza y nos hizo llegar hasta aquí en busca de nuevas oportunidades. Desde luego, Lola es mucha Lola, porque en cualquier otro curso, ante circunstancias similares, la persona encargada de la formación se hubiera limitado a darnos unas meras explicaciones del funcionamiento de la plataforma para que pudiésemos completar el taller en el tiempo predeterminado y punto.
Pero ella no; ella consiguió en tan solo tres sesiones presenciales formar un equipo. Y esa es una palabra que intuyo que le gusta mucho, por lo que abarca su significado. Porque un equipo no lo es sólo cuando se reúne para realizar su actividad en un momento puntual, sino que lo es siempre, en cualquier circunstancia y ante cualquier necesidad.
Pero empiezo desde el principio.
Hace poco, mi tío Salva, que está aprovechando su jubilación para recorrer mundo, no como un turista más, sino mezclándose con la gente de cada uno de los lugares que visita, nos mandó fotografías de su último viaje, en esta ocasión a Birmania. En el grupo de WhatsApp de la familia, acompañando a esas fotos, nos escribió una frase que me hizo pensar: “Hay otro mundo”. Las imágenes mostraban a gentes y lugares de Birmania que, efectivamente, eran la prueba fehaciente de que hay otro mundo más allá de nuestras fronteras que ni siquiera podemos llegar a imaginar; en definitiva, otra realidad bien distinta a la nuestra.
Y sin embargo, somos nosotros quienes imponemos nuestros propios límites a la realidad que nos rodea, sin necesidad de recorrer miles de kilómetros para experimentarlo. Fue lo primero que aprendí el día de nuestra presentación después de estar toda una mañana con un grupo de personas, de diverso origen, y a las que desconocía, en lo que llamamos entrevista grupal -más bien terapia-, para hacer este Programa de Alfabetización Digital con el objetivo de “encontrar trabajo” -como dijo Lindsay-, que tiene una connotación mucho más positiva que el clásico “buscar trabajo”. Fue ahí, esa misma mañana, cuando me di cuenta de que no necesito cruzar fronteras para hallar ese “otro mundo” o esa otra realidad a la que hacía referencia nuestro tío Salva, y no porque Jerez se asemeje a Birmania, ni mucho menos, sino porque, efectivamente, vivimos atados a una concepción del mundo en el que nos encontramos que a veces parece ir en huida para salvaguardar las apariencias.
A mí me bastó con cruzar la ciudad para conocer a personas con circunstancias muy diferentes a las mías. Algunas, que han tenido que cruzar el Estrecho en patera con tan sólo 19 años aun a riesgo de perder su vida, o todo un océano obligadas a dejar su país para encontrar (que no buscar) otra vida mejor al otro lado del mundo. Y todo sin perder la sonrisa.
Bajo el cercano impacto de tantas experiencias vitales, y a partir de la petición de Lola para que escribiera un cuaderno de Bitácora de cada una de las sesiones, fui tomando nota de mis impresiones personales acerca de esta experiencia, porque todo en la vida es una experiencia de la que obtenemos un aprendizaje, y, como suele decirse, siempre es más afortunada cuando es compartida.
Así que aquí estoy yo, y la vida que me rodea, intentando dar forma, sentido y proyección a lo que ha supuesto para mí esta experiencia. Aunque la comparación parezca un tanto frívola, recuerdo en una ocasión, cuando estaba haciendo una de mis innumerables dietas que empiezan el lunes y terminan el fin de semana, con la promesa de retomarla el lunes siguiente, mi prima Pilar me dijo que fuese con ella a una terapia de grupo para personas que estaban haciendo dieta. Lo allí vivido fue algo surrealista, porque en un salón de un piso de Sevilla nos reunimos una veintena de personas, que no nos conocíamos absolutamente de nada, para hablar de nuestro problema común, guiados, eso sí, por una psicóloga que parecía sacada de una película de Woody Allen.
De aquella reunión saqué dos cosas en positivo: unas risas con mi prima y la idea de que, en circunstancias extraordinarias, un grupo de desconocidos puede abrirse a los demás sin sentir vergüenza, porque hay algo que les une por muy diferentes que sean sus circunstancias. Y eso, sin duda, me hizo sentir bien. El hecho de poder sentirme identificada con otras personas, de entender lo que les estaba pasando, porque a mí también me estaba pasando, y el hecho de que ellos me entendieran a mí.
Y eso es lo que nos ha pasado a las personas que conformamos nuestro equipo que, a pesar de ser tan diferentes, nos hemos encontrado en unas circunstancias extraordinarias que nos han unido en muy poco tiempo. En definitiva, nos une una situación que es común para todos. Y eso, en cierto modo, también me hace sentir bien.
De todo lo que hemos hablado estas semanas, en las que nos hemos puesto al día en herramientas digitales a marchas forzadas, me quedo con la primera frase que anoté en mi cuaderno: “El futuro se construye en el presente”. Lo más increíble de esta frase, que nos hizo ‘casi llorar’ a todos (a Oliva, de hecho, sí que le hizo llorar), no es sólo la verdad tan absoluta que entraña, sino la persona que la dijo: Mamadou, un joven de 19 años, reservado y atento, que demuestra tener una inteligencia y una madurez poco habituales en alguien de su edad, porque a pesar de las piedras que la vida ha ido poniendo en su camino, tiene la voluntad de aprender y salir adelante.
Y no sólo de Mamadou, que nos dio a todos una lección de vida, sino que de todas y cada una de las personas a las que ahora considero mis compañeros he aprendido algo.
Rafaela, como le gusta a Lola llamarla a pesar de que ella nos ha dicho que la llamemos Rafi, tiene una risa tan alegre que nos contagia a todos las ganas de vivir. Luchadora, a pesar de los palos que le ha dado la vida.
Manuel, observador y callado, como le describió Dayana en la primera reunión, tiene un corazón de oro y nos anima con sus frases inspiradoras. Solidario, siempre tiene buenas palabras para todos.
Lindsay, tan atenta con todos nosotros, transmite un optimismo que nos hace pensar que podemos comernos el mundo. Decidida, segura de sí misma, sabe lo que quiere y lo busca.
Juan José, con su afán de conocimiento, nos anima a exprimir al máximo esta experiencia para sacarle todo su jugo. Inquieto, siempre dispuesto a aprender cosas nuevas. Se apunta a todo.
Maribel, con una amabilidad desbordante y sincera, nos inculca que lo más importante es el afán de superación. Es de esas personas de verdad, sin artificios: lo que ves es lo que hay.
Dayana, emprendedora y luchadora, nos enseña que tenemos en nuestras manos la posibilidad de mejorar nuestro futuro. Está pendiente de todos, de nuestros estados de ánimo.
Sergio, inteligente y audaz, siempre dispuesto a ofrecernos sus útiles consejos. Muy generoso con todos, no duda en transmitirnos una palabra de aliento cuando la necesitamos.
Y Oliva, sensible, cariñosa y familiar, nos cuida a todos con el instinto de la madre que es. Constantemente pendiente de nuestras necesidades, comparte todo lo que le llega y siempre está ahí, dispuesta a ayudar, aunque le falten horas al día.
Y, por supuesto, Adela Campos, que aunque se incorporase al equipo como técnico de intermediación laboral tiempo después, nos acompaña en este camino hacia nuestro propio descubrimiento con la dedicación y empatía de una persona que sabe ponerse en nuestro lugar. Mil gracias para tu caja de agradecimientos.
Todos y todas, yo la primera, sabemos que volveremos a caernos muchas otras veces, pero lo más importante que hemos aprendido durante este taller es que nos levantaremos… con estilo, ¿verdad Lola? Porque no solo hemos descubierto nuevas herramientas para hacerlo, sino que también es posible cuando te sientes parte de un equipo en el que sobresalen dos valores fundamentales, la unidad y la generosidad, a partir del enorme nivel de empatía alcanzado. Hemos culminado una pequeña travesía a través del indispensable mundo de lo digital, pero ahora comienza la auténtica travesía para todos.
Mamen Quintana Riba.
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